martes, 13 de julio de 2010

Paroxismo de la Poesia

Abran por Dios la puerta, me vengo enterando y he corrido con el corazon avinagrado. El laberinto hizo resonar mis pasos en la incipiente madrugada. No sé si pensara de un momento a otro que el albor de raquitica melancolia se iría en suspiro, en un colapso.
Puedo deducir porque me faltaban tantos adjetivos, porque los verbos se desconjugaban y el rabillo del ojo del Cristo habia ya dejado de mirarme. Abran la puerta, estoy adolorido, dejenme tomar su mano, agradecerle, Soy uno mas, hermano, otro que olvidó como llorar por el olvido.
Yo que casi no me escapo del suicidio, yo el de otro reino, el compungido.
La pasión de los puños en la puerta, mira, sangro de amargura y desperfilo la sombra a la que sigo.
Un frio en el alma, golondrinas al acecho son testigos, las campanas del concilio se retinen y el horror me confirma lo sentido.
Ha muerto, Por qué, por qué ella, la de la pluma dulce, la de la mirada de belleza, la que no me abandonaba, la serena, la vil, la oscurantista de un infarto se dijo en la mañana, del corazon que se ha quebrado.